En medio de un paisaje apocalíptico, con cielos teñidos de naranja y un denso humo envolviendo los campos, cientos de trabajadores agrícolas en Ventura, California, continúan con la cosecha de fresas a pesar de las condiciones extremas provocadas por el Hughes Fire.

Las imágenes circulan en redes sociales, compartidas por la United Farm Workers (UFW), y muestran a hombres y mujeres encorvados sobre los surcos, con sus canastas rojas llenándose de fruta, mientras el aire se vuelve irrespirable. Aunque el estado de emergencia está declarado en varias zonas del condado, la demanda de productos agrícolas no se detiene, y con ella, la necesidad de seguir trabajando.
El Hughes Fire, que consumió miles de acres en el sur de California, deterioró la calidad del aire, reduciendo la visibilidad y poniendo en riesgo la salud de quienes trabajan a la intemperie. Según expertos en salud, la exposición prolongada al humo de los incendios forestales puede provocar enfermedades respiratorias, con agravio a afecciones preexistentes como el asma y la bronquitis.
A pesar de estas advertencias, muchos trabajadores no tienen opción. “Si no trabajamos, no comemos”, expresa uno de los jornaleros en un video difundido por la UFW. La organización instó a los empleadores a proporcionar equipos de protección adecuados, como mascarillas N95, para mitigar los efectos del humo. Sin embargo, en muchos campos, estos insumos siguen sin llegar.
El dilema es evidente: mientras la cosecha sigue su curso, las condiciones de trabajo se vuelven cada vez más peligrosas. Legisladores y defensores de los derechos laborales han señalado la necesidad de reforzar regulaciones para proteger a los trabajadores agrícolas en situaciones extremas como esta.
“Es inconcebible que sigamos viendo a personas laborando en condiciones que pondrían en alerta a cualquier otra industria”, expresó un representante de la California Rural Legal Assistance. A medida que el fuego avanza y el humo se intensifica, la pregunta sigue en el aire: ¿Quién protege a quienes alimentan al país?
Mientras tanto, los jornaleros continúan en el campo, con el rostro cubierto por pañuelos improvisados y la vista fija en la tierra, arrancando fresas de las plantas como si el mundo no estuviera ardiendo a su alrededor. En medio de la crisis climática y la precariedad laboral, su esfuerzo sigue siendo el motor silencioso de una industria que rara vez los ve, pero siempre los necesita.